¿Tienes un deseo?

Hay muchos mensajes cargados de consejos e indicaciones de cómo debemos celebrar estas fechas. Yo no soy ningún buen ejemplo de lo que uno debe hacer, mejor les cuento lo que me pasó hoy en la madrugada:

Estaba bien dormida, tapada hasta el cogote, cuando sentí un lengüetazo en la cara, pensé que era Kayla, pero la lengua no me cuadraba con la dimensión de la de mi perrita, así que, sin muchas ganas, abrí un ojo. Vi una nariz color bermellón y dije: ¡Ay wey, ya se enfermó Kayla!

Me espabilé para mirarla bien, y no, no era Kayla. ¡Era Rodolfo! Sí, Rodolfo el Reno. Con su outfit navideño muy cool; traía un muérdago con cascabeles dorados en su pechera, su arnés era de piel color rojo con grabados en bajo relieve de varías hojas de acebo. Estaba impecable con sus enormes cuernos; su denso pelaje color marrón brillante se tornaba más oscuro en las patas y parecía que traía botas.

No me sorprendió ver a Rodolfo junto a mi cama, he visto cosas inimaginables en esta lastimada ciudad como para que me espante ver un reno en mi cuarto.

—¡Qué onda mi Rudolf!, ¿te perdiste? ¿Qué no deberías estar chambeando en friega?

Me contestó que él nunca se pierde, que justo estaba haciendo su trabajo y quería saber qué pedí de regalo de Navidad y cómo me había portado.

La verdad no sabía si se estaba burlando de mí y entre líneas me decía inmadura, por aquello de que cómo me he portado, o quizás me estaba preguntando en serio.

Por si las dudas, le aclaré que yo ya estaba bastante grandecita para mandar mi cartita con deseos y que por eso no pedí nada. Me dijo que ya lo sabía, pero que cada año hay un afortunado y este me tocó a mí, que le pidiera lo que necesitaba.

¡Y wow, no inventes!, me sentí la más suertuda, no por la visita de Rodolfo el Reno, sino porque me di cuenta que no necesitaba pedir nada.

—¿De verdad nada?, me dijo Rudolf.

—No, nada, muy casual le contesté.

—¿Segura?… ¿No te gustaría ver a algún familiar que no viva aquí en la Tierra?

Ah, canijo reno tramposo, muy tentador, pero como yo sé que de allá nadie regresa, le dije que no, que muchas gracias, ya llegará mi momento de encontrarme con los que ya no están.

—¿Tú crees que yo olvido la chinga que fue correr con un montón de espermatozoides para apañar el ovulo, y luego aguantar la joda de 9 meses sin ver nada para por fin estar en este maravilloso planeta? No, mi buen Rudolf, a mí no me convences, yo sé que estoy donde quiero estar, dudo que haya un mejor lugar, aquí puedo comer romeritos, bacalao, pavo y hasta unos taquitos al pastor, así que con permisito porque hoy es el cumpleaños del mero mero, del más chingón, del que creó todo lo visible y lo invisible, y tú mejor ve a repartir tus regalos que yo ya tengo el mejor.

Rodolfo sonrió pelándome los dientes y salió por mi ventana flotando, como si hubiera escaleras invisibles hacia el cielo hasta desaparecer de mi vista.

¡Feliz Navidad!

Marcela Osuna Motta

Cosmiatra. Escribe porque considera que es una de esas personas que estropean todo cuando hablan y está convencida de que las letras suenan mejor que su voz.

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