El 2020 no fue un buen año aunque parecía que lo sería. En realidad terminó siendo uno bastante pinche; había tomado la decisión de dejar a Omar. Sé que lo había dicho muchas veces, pero esta vez era en serio, el festejo de fin de año fue la gota que derramó el vaso.
La primera vez que me pegó no lo podía creer, aunque ahora que lo pienso, no sé por qué, si me lo había advertido muchas veces. Hace 7 años, un par de días antes de la boda, me dijo que si lo llegaba a engañar, me iba a moler a golpes, luego de eso me dio un beso tiernísimo y me pidió que le volviera a enseñar las fotos de las flores que había elegido para los centros de mesa. En realidad Omar era superlindo casi siempre, detallista a madres y encantador, sobre todo cuando había visitas. Poco a poco se le fue agriando el carácter, y es que la vida no le era fácil, me lo repetía cada vez que tenía oportunidad, también me recordaba constantemente lo caro que le salía mantenerme, lo insufribles que eran mis familiares y lo estúpida que parecía cuando trataba de maquillarme o peinarme distinto.
Muchas veces me pregunté por qué se había casado conmigo si yo le cagaba tanto. Al principio sólo me levantaba la voz poquito, nada que una no aguante por amor, después los gritos se empezaron a llenar de insultos, a veces se arrepentía en chinga de lo que me había dicho y corría a comprarme chocolates o flores, y cuando las mentadas de madre empezaron a acompañarse de golpes, entonces su culpa se volvía aretes, ropa y hasta viajes. No es que me pegara diario y tampoco siempre me pegaba duro, así que en el fondo pensé que, en la balanza, yo salía ganando. Al fin y al cabo me había sacado de cuchitril en que vivía para darme una vida de reina, una reina con los ojos morados de vez en cuando, pero reina.
Hasta que llegó la pinche pandemia, primero dijeron que estaba en China y que había sido culpa de un chino que se comió un murciélago, entonces la verdad no le di importancia, la vida seguía como si nada, despertaba y trataba de no hacer mucho ruido, preparaba el café y el desayuno y me metía a bañar, Omar se despertaba de buenas a veces, pero casi siempre le parecía que el desayuno era asqueroso y, cuando me iba bien, lo arrojaba al suelo y yo sólo tenía que limpiar el huevo con jamón y los pedazos de loza, pero cuando amanecía de malas, el plato se convertía en un proyectil que buscaba mi cara, si me movía rápido, me lo estrellaba en un hombro o en la espalda, pero si me apendejaba, el pinche plato se me reventaba en a la jeta y además del huevo con jamón y la loza, tenía que limpiar la sangre y medio curarme las heridas. Después de esa bonita rutina mañanera, Omar, por fin se largaba todo el día a la oficina y yo podía respirar en paz hasta las 8, y si tenía suerte y se iba de fiesta, entonces hasta podía irme a dormir sin gritos y mentadas de madre.
Pasaba bien pocos fines de semana en la casa, él decía que era por viajes de trabajo, pero yo sé que tenía otra vieja, se llamaba Jessica; vi sus mensajes y las nudes que le mandaba, “Te extraño, papi, ya deja a la gorda de tu vieja y ven a darme por el culo”, decía el que le llegó en plena cena de navidad. Yo le reclamé y me gané una tunda, Santa Claus me trajo de regalo amanecer con el hocico floreado y una muñeca luxada. Pero vamos, todo eso era soportable, dicen que Dios no te da más de lo que puedes aguantar y yo podía aguantar eso, además, luego me llegaba con mis joyitas de las buenas, no creas que baratijas del tianguis, hasta guardaba las garantías en la caja fuerte porque de que valían, valían, y yo pensaba que igual y por la culpa ahora sí hasta me llevaría a España, claro, que ahora con esto ni a España ni al Six Flags, porque estamos encerrados en nuestra propia mierda, ahogados entre voces que no se callan nunca, con los aires y los sudores revueltos, para protegernos de un virus que seguro que no me mataría; si aguanto estas putizas cómo no voy a aguantar un gripón.
Yo la verdad no creo en el divorcio, y sí quiero a Omar, es guapo y consentidor, pero para la despedida del año sí se pasó, estábamos en plena pedida de deseos cuando le sonó el teléfono y se salió a contestar; regresó bien emputado, yo creo que la novia se la hizo de a pedo por no pasar las fiestas con ella, pero el chiste es que me dijo que nos fuéramos de inmediato. Tomé mi bolsa y nos fuimos, llegando a la casa me pegó una arrastrada desde la entrada hasta el baño y me encerró ahí con el pretexto de que yo le eché a perder el festejo con su familia, me dejó toda la noche, en la mañana fue por mí y me hizo rogarle perdón de rodillas, y yo le aguanto los insultos y los golpes, pero una tiene su dignidad y a mí me enseñaron que de rodillas, sólo a Dios, por eso ya me iba, nomás estaba esperando las vacaciones de Semana Santa para aprovechar que Omar salía de viaje de “negocios” y largarme para siempre, pero cuando anunciaron que la cosa esa china ya había llegado a Italia, a Francia, a España y que iba que volaba para llegar a México, entonces sí nos espantamos, bueno, yo me espanté, porque Omar me dijo que esas cosas eran un invento del gobierno y que sólo los que éramos muy pendejos las creíamos; pasó poquito tiempo para que empezaran a cerrar todo y nos dijeran que nos quedáramos en casa, que la cosa ya se había puesto color de hormiga y que iba a haber un chingo de contagiados, que el sistema de salud se iba a ver rebasado y que estaba en manos de la población civil bajar la curva. Va, va, va, como sea yo siempre estaba en la casa, no creas que Omar me dejaba salir mucho, a lo más que iba era al súper, al salón de belleza y, a veces, a escondidas, a uno de esos casinos a jugar bingo, pero él sí que se iba diario, al trabajo, luego a las cervezas con los cuates y los fines con la tal Jessica, y ahora se iba a tener que quedar en la casa, todo el día, toda la noche, todas las noches, todos los días.
La primera vez que me pegó no lo podía creer, aunque ahora que lo pienso, no sé por qué, si me lo había advertido muchas veces.
Al principio no fue tan feo, no te voy a negar que incluso fue divertido, la primera noche preparó una pasta y abrió un vino “Vamos a celebrar que mañana no me voy a tener que meter al trafico del infierno y que el pendejo de mi jefe me va a pagar por no hacer nada”, entonces cenamos, nos tomamos el vino y luego hicimos el amor como cuando éramos novios, al final hasta me dio una nalgada de esas sexis, no como la colección de cinturonazos que solía darme cuando tenía que enseñarme una lección por no haber limpiado bien la estufa.
Dos o tres días todo bien, pensamos que pasaría pronto, un par de semanas y de nuevo a la calle, pero la vida no se cansa de sorprenderlo a uno, poco a poco todo fue quedando desierto, los restaurantes sólo daban servicio a domicilio o para llevar, los centros comerciales dejaron de abrir sus puertas; ni un cine, ni un gimnasio, ningún lugar a donde Omar pudiera escapar de mis hábitos tan irritables, entonces la calma se diluyó como cucharada de azúcar en té hirviendo, nunca antes me había golpeado así, sin piedad alguna, pero con cuidado de taparme bien la boca porque los vecinos también estaban encerrados y no tenían por qué enterarse de lo pendeja que era yo y lo mucho que lo hacía enojar.
Hace 4 días cumplimos 50 confinados, ya casi no podía caminar, yo creo que me rompió la rodilla pero me dijo que no me podía llevar al hospital porque todas las camas estaban llenas con pacientes de COVID, hace ya como 10 días que no probaba bocado, además de que se me fue el hambre, todo lo que comía o tomaba lo vomitaba, busqué en internet y puede ser síntoma de embarazo, aunque he rezado mucho para que no, es lo único que me falta; también puede ser daño en un órgano interno, no lo dudo nada, la penúltima madriza estuvo de campeonato, me dijo que le urgía que se acabara la cuarentena para poder largarse y ya no tener que ver mi cara de muina todo el tiempo, así que esa noche caminé como pude hasta la cocina y le preparé una cena y le abrí una cerveza, me senté con él y, con la mitad de la boca que no tenía desfigurada, intenté sonreír para que no dijera que siempre estoy encabronada y haciendo dramas.
Me miró como se mira a quien te da nauseas y me dijo que dejara de hacer esas caras ridículas, entonces se me escurrió una lágrima por la mejilla y él acercó su mano con delicadeza, tomó la lágrima y la lamió, como un animal que lame la herida de otro, luego se paró, pensé que me llevaría a la cama, que me besaría, no creía que me regalaría flores ni nada, porque pues no puede salir, pero quizás nos abrazaríamos toda la noche. No fue eso lo que pasó, tomó la silla del respaldo y la levantó “¿Qué hice para que dios me castigara quedándome enclaustrado con alguien tan imbécil como tú?”, eso fue lo último que escuché antes de que la silla se despedazara en mi cabeza, desde ese día estoy aquí, calladita, esperando que Omar encuentre el valor de ir a tirarme a alguna zanja y por fin poder salir de este encierro.
Marlene Corona
Co-fundadora de Té de Querer. Adora los libros y tiene muchos sin leer. Los acomoda por colores. Desde niña encontró en los libros el mejor de los escondites.