Las Lupitas

Soñé que estaba chiquita otra vez; traía el vestido beige que me tejió mi mamá para mi cumpleaños y recordé cuando me cantaron las mañanitas; apagué cuatro velitas del pastel de tres leches que decía “Feliz cumple Lolis” y, después de comer una rebanada con gelatina de nuez, abrí el regalo que me había dado mi abuelita: un cochinito con un moño grandote rosa mexicano. Ahorrar empezó así, como juego, porque mi mamá me dijo que si guardaba dinero y era constante podría comprar lo que yo quisiera, y yo quería la muñeca Cabbage Patch original que los Reyes Magos no me trajeron ni mis papás me regalaron en mi cumpleaños.

Guardaba mis domingos, el dinero que me daba mi abuelita por pelar tomates y chícharos y las monedas que me encontraba en los sillones. Me tomó un año llenar el puerquito y comprarme la Cabbage Patch. Me acostumbré a guardar dinero y a no confiar demasiado en los Reyes Magos, ya que seguro no tenían tiempo para leer todas las cartas de todos los niños. Ese año también aprendí a amarrarme las agujetas de los tenis, a leer relojes, a contar el tiempo y a andar en la bici chiquita que me regaló mi prima Nancy porque ella ya no la usaba.

Desde que el doctor me dijo que la bebé era niña me puse muy contenta. Mi hija tendría la fiesta de XV años que yo no tuve porque despidieron a mi papá ese año y encontró trabajo seis meses después, cuando murió mi abuelita. Mi mamá usó los ahorros que quedaban para pagar al crematorio, la renta del ataúd, la misa, el café, las galletas, los tamales y las quesadillas que se ofrecieron en el velorio y el novenario.

Mi esposo y yo decidimos que la bebé se llamara Guadalupe como la Virgen y como mi abuelita. Cuando mi niña cumplió sus tres añitos y tuvo la presentación en el templo, fuimos a celebrar al local de pozole que está a un lado de la capilla y le dije a mi esposo: Gordo, ya tenemos que empezar a ahorrar para la fiesta. Me dijo que era una exagerada, pero aceptó.

Le regalé a Lupita un cochinito para su cumpleaños número cuatro y le conté la historia del que me había regalado mi abuelita y de cuando compré mi Cabbage Patch. Dos meses después, mi niña lo abandonó en un rincón. Traté de alentarla, le dije que podría comprarse algo que quisiera mucho, pero a ella no le entusiasmó la idea porque su papá la tenía muy consentida y los Reyes Magos sí le traían lo que pedía. Pensé que la pobre había heredado la falta de entusiasmo de él, no es por hablar mal de mi gordo, es muy buen esposo, es trabajador y siempre me ha apoyado con mis ocurrencias de negocios; cuando empecé a vender salsas en la tortillería, las reuniones de Tupperware y el salón de belleza a domicilio con mi cuñada. La verdad es que él no tiene paciencia ni le gusta organizar nada, pero al menos me da permiso, no como a mi comadre o mis primas, a ellas sus esposos no las dejan trabajar ni salir.

Seis meses antes de la fiesta compramos las botellas, apartamos el salón, la música y la cena con un 50%. Lupita empezó a ensayar con seis chambelanes: Tiempo de vals de Chayanne, Ritmazo de la Banda Cuisillos, Hips don lai de Shakira y Mi gente de Balvin. Ya nos habían entregado el vestido estraple hampón, rosa con piedritas lilas y bordados de florecitas doradas. Lupita se veía como una mujercita. Los padrinos de misa, flores, pastel, globos e invitaciones nos habían dado el dinero dos meses antes y dimos los anticipos, elegimos rosas, pastel de chocolate con merengue rosado y globos rosas con dorado para que combinaran con los manteles y las invitaciones. Dos semanas antes de la fiesta dimos los últimos pagos para el mariachi y el fotógrafo. Todo iba muy bien, mi gordo, Lupita y yo estábamos muy contentos. Vendrían los primos de Querétaro y Guanajuato, ya habíamos organizado entre la familia en qué casas se quedarían.

Uno propone y Dios dispone. 


Cuando vimos en las noticias que cerrarían las escuelas y un montón de lugares, sentí una patada en el estómago y el corazón me latió como si estuviera corriendo. El gordo y Lupita me voltearon a ver con sus ojitos tristes esperando a que les dijera qué íbamos a hacer. Esquivé su mirada y fijé la vista hacia los sillones y abajo de la mesa del comedor donde estaban las cajas de botellas y los recuerditos; flores de chocolate con una tarjetita que decía «Lupita, Mis XV, gracias por acompañarme». Fui a la cocina a prepararme un té para los nervios y le puse un chorrito de Bacardí, la estampita de la virgen de Guadalupe que está pegada en la puerta de la alacena me dio la respuesta. Les dije: vamos a orar y a hacer la fiesta. Esa noche los tres tuvimos insomnio y nos pusimos a rezar el rosario toda la noche y a pedirle a la Virgencita de Guadalupe que nos ayudara.

Los del casino Grand Magallanes no quisieron devolvernos el anticipo, que porque no era su culpa y además estaba por escrito en el recibo que me dieron, pero logré que nos entregaran la cena y los refrescos; tampoco el padre nos dio nada de lo de la misa que le habíamos pagado por adelantado; los parientes de Querétaro y Guanajuato no se animaron a venir, pero nos ofrecieron rezar rosarios a la distancia. Tocamos de puerta en puerta a los vecinos del edificio y aceptaron que hiciéramos la fiesta ahí en el patio central y las escaleras, siempre y cuando los invitáramos a todos.

Tomamos las fotos de Lupita en la puerta de madera de la iglesia cerrada, el padre dio la misa por videollamada de WhatsApp y la fiesta se hizo; terminó hasta las siete de la mañana del sábado siguiente. Colgamos los globos en las escaleras y en la entrada de nuestro departamento. El vecino del 101, que tiene estéreo, puso la música, de todos modos siempre la pone aunque no haya fiestas. Mi niña bailó con sus chambelanes, apagó las velitas del pastel de tres pisos, cenamos crema de champiñones, pechugas cordón blú con verduras al vapor y sobró una caja de ron y otra de tequila para los siguientes cumpleaños y navidades. La vecina del 402 amaneció en las escaleras bien abrazada al fotógrafo. La señora del 303 se quedó dormida en nuestro comedor. Los del 204, que fueron los primeros en levantarse, hicieron café de olla con piquete para todos. Todo estuvo bien bonito aunque no pudimos ir al casino, y aunque se puso borracho el fotógrafo, las fotos quedaron hermosas.

Bien dice el dicho: uno propone y dios dispone. La virgencita escuchó nuestros rosarios y nos hizo el milagro; estoy segura de que mi abuelita pidió permiso en el cielo para venir a celebrar, en espíritu, con su nieta. Nada más se murió el abuelito de uno de los chambelanes y la suegra de mi comadre, los dos de neumonía atípica, no fue por el virus ni por la fiesta, de todos modos ya estaban muy viejitos y de algo se tenían que morir.

María Mendoza

Emprendedora, artesana y diseñadora gráfica. Escribe para ordenar lo que piensa, recuerda, imagina y sueña porque no puede pagar terapia.

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