Mientras comparaba los precios de los turrones noté a un chiquillo en el extremo del pasillo parado de puntitas y tratando de alcanzar algo en el fondo del anaquel. Me moví hacia él para ayudarlo. Mi jubilación anticipada me obligaba a cuidar mi presupuesto pero me dejaba tiempo libre para detenerme en ocasiones como esta.
–A ver, ¿este es el que quieres?
–Sí, gracias –contestó, mirándome con sus pupilas color miel. Mi color favorito de ojos.
–Gracias –dijo también una voz femenina detrás de mí.
Al voltear me topé con una sonrisa que, después de unos instantes, se transformó en un gesto de sorpresa.
–Maestra, ¡qué buena suerte! hace tanto tiempo que quería verla. Saluda a mi profesora– Le dijo nerviosa al niño mientras le acariciaba los rizos.
Mi memoria no lograba identificar a la mujer que, claro estaba, debió haber sido mi alumna en alguno de tantos cursos.
–¿Cómo ha estado? –prosiguió, mientras yo miraba alternadamente el rostro del pequeño y el de ella.
Los rasgos distintivos del niño me dieron la pauta: era Maritza, pero ya no era ella. O sí pero después de una decena de años y quizá otros tantos kilos perdidos. Sus ojos opacos apenas se apreciaban desde el fondo de las ojeras; parecía haber perdido las pestañas. Un gorro le cubría la cabeza hasta las orejas; quizá debajo estaban sus rizos. Era Maritza apagada.
Nada salió de mi boca. Estaba casi segura de tener frente a mí a la autora del falso perfil de Facebook en el que, a mañana tarde y noche, se publicaban mis supuestos menús para hacer mofa de mis redondeces posmenopáusicas. La foto de perfil, que cambiaba con frecuencia, era siempre un montaje de un horrendo “sombrero” sobre mi foto oficial del colegio. Gracias a ella, mis clases comenzaban con un rumor de risas y perdí el sueño por los crueles comentarios en las publicaciones… que no podía impedirme leer. Hizo varios perfiles pero, a pesar de los delatores, nada se le pudo probar y ni siquiera tuvimos el placer de ponerle una mala nota: era muy buena estudiante.
—Por favor, escúcheme —suplicó.
Pasé entre los dos y comencé a alejarme. Yo sólo dejé el trabajo pero Elena… Elena no pudo soportarlo y lo abandonó todo. Ella ya estaba en paz pero esta criatura seguía rota.
Volví sobre mis pasos y me planté frente a ellos.
—Yo estoy bien, gracias. Trata de estar bien también tú. Ya todo pasó. Feliz Navidad.
Elizabeth Pérez Cortés
Profesora Investigadora en Ciencias y tecnologías de la información. Escribe para explorar el mundo y comprenderlo mejor.